domingo, 20 de mayo de 2012

"Planeta libre"

A veces olvidamos los motivos por los que hacemos y vemos cine. A veces no hace falta más que tener una idea bonita que se desee transmitir. Si se hace con humildad y buenas intenciones, llevando al máximo las capacidades expresivas, el resultado debería ser positivo. Planeta libre es una película muy sencilla, por no decir limitada. Su dirección no se sale de lo estándar, de lo académico, técnicamente es una más, las interpretaciones distan mucho de ser creíbles en determinados momentos, y su guión presenta agujeros enormes en su estructura, tan grandes, que tiene una protagonista que olvida su objetivo a 5 minutos de comenzar su viaje, regresando casi sin sacar conclusiones de él. Ella va a buscar a su familia y sus orígenes, sin encontrar, al menos conscientemente, nada que le merezca la pena, salvo la belleza de las mujeres y la música. Me pregunto si, en esa ruptura que hace la película de los convencionalismos, la belleza no debiera ser patrimonio de la mujer, ni con los cánones clásicos... pero eso es meterse en otros jaleos, ajenos a esta película. Hablaba de que Planeta libre es una película limitada en lo técnico y lo narrativo.
Sin embargo, no importa. No es relevante. Las intenciones de la película van más allá de la calidad técnica y artística. Nos encontramos con una película divertida y simpática que se convierte en episódica según avanza, permitiéndonos acompañar a sus protagonistas en el descubrimiento de nuestro propio mundo, tal cuál es y tal como podría ser: presenta un mundo utópico e idealizado y lo confronta con el mundo actual. La mezcla funciona, principalmente cuando se le añade humor y se aleja de la ridiculización de la sociedad actual, cuando no pretende dogmatizar ni persuadir.
Es cierto que hay momentos en los que se corre ese riesgo, como en el estadio de fútbol o con las "desconexiones" que realiza la protagonista a otros personajes, haciéndoles salir de su realidad para ver el mundo sin la venda habitual del día a día, con su belleza natural, despojado de las imposiciones culturales y sociales, mostrándoles una realidad que quizá no deseen ver. Pero la película esquiva con cierto tacto estas situaciones, de forma liviana y con humor, comprensivamente. Por este motivo me extraña que fuera prohibida en tiempos de su estreno, como dice la leyenda, ya que es una película que muestra y propone, pero sin excesiva acritud ni agresividad.
Puede que esa prohibición, lejos de ser un impedimento, haya ayudado a la película a convertirse en cine de culto para algunas personas. Eso y su mensaje, esquivando sus dificultades narrativas, que sale por todas partes y se desborda en una gran cantidad de ideas originales, muchas de ellas muy visuales. El poder curativo de los bebés, con toda su energía e inocencia, el uso del agua como conductor para la telepatía, la reflexión sobre el pintalabios y la belleza y, en fin, un largo etcétera.
Como anécdotas, se podría destacar a una jovencísima Marion Cotillard en uno de sus primeros papeles en el cine, cumpliendo a la perfección y tan bella como siempre; y comentar el pequeño desliz en la traducción del título, cuyo nombre original es mucho más bonito, La belle verte, la bonita verde, o la bella verde, o verde hermoso, mucho más acorde con la humildad y sencillez de la película, nada tan explícito como el título traducido.
Esta pequeña obra, sin embargo, tiene la virtud de calar en el espectador, e incluso de hacerle pensar casi sin darse cuenta, debido a la cercanía e ingenuidad de su protagonista y sus personajes secundarios, con un ritmo muy vivo, pasando de una cosa a otra con bastante sencillez, la buena elección de la música ayuda a que el espectador sea transportado a lo largo de la película apenas sin darse cuenta. Su mensaje ecologista y en favor del buen conocimiento y uso del cuerpo y la mente humanos, cercanos y en simbiosis con la naturaleza, se hace amable y creíble, principalmente para quien comulgue con estas ideas.
Uno se pregunta si una película de ideas tan naturales y alternativas, tan frescas, no merecía un trabajo igualmente creativo en lo cinematográfico. Es decir, que se nos presenta ese amor a la naturaleza, pero no se nos hace sentir de manera rotunda esa emoción, no se nos transporta a ese mundo como lo haría una película de Terrence Malick, por poner un ejemplo de otro autor ecologista, que inspira esa conexión con el mundo mediante sus imágenes, su montaje o su guión. Es cierto que el mensaje de Malick no se dice explícitamente ni llega con tanta facilidad al espectador, pero deja un mayor poso en lo cinematográfico, haciendo compartir y disfrutar al espectador aquello que quiere transmitir. Quizá esa elección sencilla y estandarizada de realizar Planeta libre la haga más liviana y asequible, incluso una película de culto para algunas personas, pero no evita pensar que pudiera haber sido mejor en lo cinematográfico. Bueno, lo mejor será no darle más vueltas y disfrutarla sin más, por lo que es, una comedia con ideas muy pensadas por debajo, una pequeña joya.






jueves, 17 de mayo de 2012

Black Mirror

Vivimos en un mundo en el que la tecnología forma una parte esencial de nuestras vidas, lo queramos o no. En este momento, quien no tiene cuenta de Facebook, Tuenti, Twitter, Google+ o Linkedin está fuera del mundo y como tal se le trata, quien no tiene un móvil con acceso a Internet para comunicarse por Whatsapp está incomunicado como un ermitaño. Asusta que no se hayan estudiado del todo las consecuencias de estos cambios sociales, que nos adentremos en ellos sin plantearnos del todo adónde nos llevan. A veces pienso que es como consumir un medicamento que no ha sido testado. ¿Qué será lo próximo? ¿Que haya que estar suscrito a este blog para estar al día?
Black Mirror es una serie británica que se adentra con valentía y creatividad en estas reflexiones sobre la tecnología. Y lo hace de una forma novedosa en la televisión. Crea 3 capítulos de diferente duración, contando historias totalmente diferentes, construyendo mundos propios e independientes para cada una de ellas, con distintos equipos, personajes, lugares y épocas. Tienen en común una intención crítica sobre la absorción de la tecnología en nuestra sociedad y un punto de vista humano. No se centran en aspectos técnicos ni cargan contra las máquinas, sino que estudian su uso y su abuso, las repercusiones en la sociedad y en sus individuos, en su intimidad y la pérdida de ella.

El primer capítulo trata sobre el poder de las redes sociales y de la interconexión, habla de youtube y el poder de la información de cualquiera, del acceso a los medios, de la enorme influencia que han adquirido sobre nuestras vidas, al tiempo que plantea dilemas morales sobre el control y el poder, enfrentándolos a aquello que más se teme en antena: la humillación.
El segundo capítulo se produce en un mundo distópico, en el que las personas están absorbidas por una sociedad que controla mediante las máquinas, que domina mediante el entretenimiento a las personas, haciendo de ellas lo que quiere, jugando con sus sueños. La trama se centra en una relación que lucha contra el sistema establecido.
El tercer y último capítulo habla sobre la memoria, con la creación de unos chips que almacenan aquello que vemos y oimos en nuestro día a día, pudiendo reproducirlo en una pantalla o en la propia cabeza en cualquier momento. La fuerza de la realidad y la pérdida de la intimidad son temas que se ponen sobre la mesa. ¿Dónde está el límite?
¿Acaso no se nos dice ya hoy en día con qué soñar? ¿No se nos dice dónde está el éxito y en qué consiste? ¿Acaso no aceptamos un modo de vida establecido anteriormente y nos sometemos a él sin apenas dudar sobre su conveniencia?
¿Acaso no vemos cada vez un mayor número de cámaras que registran todos nuestros movimientos, aunque estén ahí por seguridad? ¿O no decimos en qué lugares estamos y con qué personas en nuestras redes sociales? ¿Dónde está el límite?

Se abre un enorme abanico de posibilidades narrativas, de caminos por los que conducir estas historias, teniendo que crear un mundo y desarrollarlo en un capítulo, con una evolución completa de los personajes. En realidad estamos hablando de 3 mediometrajes y esta estructura también es inusual en la televisión actual, incluso en el cine. Cada uno de estos 3 capítulos tiene el material y el punto de partida suficiente para ser alargado y extendido a lo largo de varias temporadas de series. Cada uno de ellos podría ser una serie en sí mismo, y durar años. Si se pueden hacer 4 películas de Piratas del Caribe, se podría hacer al menos una con cada una de estas historias. Creo, por tanto, que es una lástima que se tenga que reducir el material a una hora o menos, perdiendo parte de la evolución que se pudiera producir en los personajes y en las sociedades que se han inventado, pudiendo prestar mayor atención y tiempo a los detalles. Es curioso, porque las series suelen padecer el problema opuesto, el aburrimiento y los diálogos de relleno, las tramas interminables que avanzan a paso de tortuga. No sé cuál es el motivo de esta estructura, si es por falta de tiempo en pantalla, por falta de presupuesto, o por honestidad con el espectador, pero hubiera deseado ver más.

Su desarrollo acelerado es un problema porque, en cada paso que se da y en cada trama que se abre en cada capítulo, se anima al espectador a pensar, a descodificar todo aquello que se le presenta, y además, a hacerlo a marchas forzadas, pudiendo empatizar con sus protagonistas, metidos en situaciones extremas. El problema de pedir al espectador que piense es que lo haga y descubra que se podría haber sacado más partido a las situaciones. Es un poco injusto decir esto, lo sé. No se le pide originalidad constante a las películas de Hollywood, ni que nos lleven al extremo en situaciones pocas veces reflejadas por el cine o la televisión. Sin embargo, uno se encuentra con que las historias se podrían haber llevado más lejos, o haberse resuelto de manera más atrevida.

Pese a todo, Black Mirror es una propuesta muy fresca y disfrutable, con personajes creíbles, partiendo de grandes ideas y proporcionando alrededor de una hora de entretenimiento del que hace pensar y se queda en la cabeza.
Por tanto, creo que merece la pena verla y reflexionar sobre aquello que plantea, y dejar que esa reflexión vuelva a nosotros mientras gastamos nuestro tiempo entre redes sociales, o mientras tenemos eternas conversaciones de chat que durarían escasos minutos por teléfono... y que ganarían mucho más en persona, viendo la cara a quien nos habla, descubriendo el lenguaje corporal que acompaña a las palabras.  No obstante, creo que, en algún lugar de todo esto, hay una paradoja insalvable. Al fin y al cabo, la serie que nos alerta sobre los medios también es un medio de comunicación, y se aprovecha de los avances tecnológicos para contarnos los problemas de su uso indiscriminado... y yo lo publico en un blog que transmito por redes sociales para que lo leais vosotros. Somos víctimas y culpables.

lunes, 14 de mayo de 2012

Fassbinder... o la enfermedad del cine

He tenido la suerte de encontrar El matrimonio de Maria Braun, gran película del maestro Fassbinder... y me ha sido inevitable repasar su biografía y su filmografía, descubrir al genio detrás de la obra. Es un hombre que hizo más de 40 películas en 13 años, hasta que murió finalmente de sobredosis. Utilizaba la cocaína y las pastillas para dormir como divertimento, adicción y para aumentar su eficiencia. Escribía durante 36 horas seguidas para dormir 12 y volver a empezar. Era despótico en sus rodajes, autoritario, quería controlarlo todo, humillaba a sus actores y a su equipo técnico, yéndose después de fiesta con ellos, drogándose y acostándose con un séquito de alrededor de 30 personas, hombres y mujeres, para levantarse a la mañana siguiente y hacer cine de nuevo. Cine de calidad técnica y dramática a muy bajo coste. 
Afirmaba que todas sus películas trataban de un mismo tema. Más de 40 películas y sentía que todas trataban de un mismo tema, aunque de manera diversa. Eso se podría considerar una enfermedad. Murió joven, románticamente quiero pensar que a causa de ello, de su obsesión por narrar eso que tenía dentro y no podía sacarse de otra forma. Tuvo en 37 años una vida y obra que daría envidia a ancianos hiperactivos por su extensión, con la suerte de no envejecer. Pero padeció la enfermedad del cine... o quizá el cine fue su terapia, su cura de otras enfermedades y sufrimientos, una infancia terrible, problemas personales de todo tipo. Se dice que se comportó muy mal con mucha gente, para imponerse, para estar por encima de ellos. Y por debajo estaba su obra, sensible y humana, fuerte y emotiva, tomando referencias del cine que había visto mientras sus padres no cuidaban de él, mientras no le educaban.
Fue un hijo del cine.
Y como hijo del cine hizo aquello que le había enseñado y le dio la vuelta a su manera. Habló de la represión y el dolor de las relaciones humanas y de los sentimientos, de los problemas que acarrean el amor o el patriotismo, la autosuficiencia o el hecho de luchar por uno mismo y por aquello que se desea. Y lo contó con una gran fuerza y vitalidad, con un simbolismo extenso, con cercanía y gran calidad técnica. En realidad sólo he tenido el gusto y la ocasión de ver esta película, pero he podido disfrutar de pequeños fragmentos y estudios sobre otras, dejándome la misma impresión.
Parece que quiera contarlo todo en cada escena, en cada imagen y en cada plano, con una iluminación, un vestuario y una dirección de arte que toman tanta referencia de lo real como del cine, pero que llegan al espectador cargados de emoción y de sentimiento. Hay algo desesperado en sus personajes y sus acciones que sale de la pantalla hacia el espectador, acorralándole en sus vidas. Es melodrama, quizá, según se interprete qué es melodrama, pero como lo hace también Almodóvar, por ejemplo, como modo de expresión muy personal, desde el planteamiento de un autor que sólo puede hacer cine de autor.
Algunos podrán apreciar las referencias al cine clásico americano, del que parte una gran porción de su imaginario, principalmente de Douglas Sirk. Otros podrán ver la emoción que se desprende de los personajes, de sus miradas, de sus deseos insaciables. Otros podrán reflexionar sobre sus significados, sobre la intención social y humana de sus películas. Otros se escandalizarán con el contenido sexual y moral que se desprende de sus obras, muy liberal para nuestros días, quizá. A lo mejor es muy liberal para casi cualquier cultura y tiempo. Otros las verán encantados precisamente por este mismo motivo. Y algunos otros quedarán hechizados, pegados a la pantalla por todo esto al mismo tiempo.
Hablaría mucho más, hablaría y hablaría hasta perder el sentido, comentaría muchas cosas sobre El matrimonio de María Braun, sobre su planificación, sobre su guión y sus personajes, sobre su iluminación y su puesta en escena en general, sobre la pasión por hacer cine. Sobre la necesidad de hacer y ver cine, hasta lo patológico, sobre la necesidad de los demás y el deseo de ser independiente, de crecer en un entorno hostil... lo haría, de verdad que sí. Pero creo que, paradójicamente, no puedo ni quiero escribir más. Envidio la productividad de Rainer Werner Fassbinder... me asombra, sólo con decir entero su nombre y apellidos ya tardo un tiempo que no recuperaré y él no paraba de hacer cosas. Le envidio y quiero ver cine, escribirlo y hacerlo, quiero vivir mi vida al máximo y empezar ahora, ya voy con retraso respecto a él. Pero al mismo tiempo no quiero seguir escribiendo esta crítica, la dejo aquí para que el lector se apresure a buscar cualquier película de Fassbinder y la vea.
Eso sí... intentaré que mi productividad no se apoye en las drogas ni en el autoritarismo, ni que tenga que humillar a nadie ni ser muy infeliz por el camino. Me parece que no voy muy bien encaminado...