jueves, 17 de mayo de 2012

Black Mirror

Vivimos en un mundo en el que la tecnología forma una parte esencial de nuestras vidas, lo queramos o no. En este momento, quien no tiene cuenta de Facebook, Tuenti, Twitter, Google+ o Linkedin está fuera del mundo y como tal se le trata, quien no tiene un móvil con acceso a Internet para comunicarse por Whatsapp está incomunicado como un ermitaño. Asusta que no se hayan estudiado del todo las consecuencias de estos cambios sociales, que nos adentremos en ellos sin plantearnos del todo adónde nos llevan. A veces pienso que es como consumir un medicamento que no ha sido testado. ¿Qué será lo próximo? ¿Que haya que estar suscrito a este blog para estar al día?
Black Mirror es una serie británica que se adentra con valentía y creatividad en estas reflexiones sobre la tecnología. Y lo hace de una forma novedosa en la televisión. Crea 3 capítulos de diferente duración, contando historias totalmente diferentes, construyendo mundos propios e independientes para cada una de ellas, con distintos equipos, personajes, lugares y épocas. Tienen en común una intención crítica sobre la absorción de la tecnología en nuestra sociedad y un punto de vista humano. No se centran en aspectos técnicos ni cargan contra las máquinas, sino que estudian su uso y su abuso, las repercusiones en la sociedad y en sus individuos, en su intimidad y la pérdida de ella.

El primer capítulo trata sobre el poder de las redes sociales y de la interconexión, habla de youtube y el poder de la información de cualquiera, del acceso a los medios, de la enorme influencia que han adquirido sobre nuestras vidas, al tiempo que plantea dilemas morales sobre el control y el poder, enfrentándolos a aquello que más se teme en antena: la humillación.
El segundo capítulo se produce en un mundo distópico, en el que las personas están absorbidas por una sociedad que controla mediante las máquinas, que domina mediante el entretenimiento a las personas, haciendo de ellas lo que quiere, jugando con sus sueños. La trama se centra en una relación que lucha contra el sistema establecido.
El tercer y último capítulo habla sobre la memoria, con la creación de unos chips que almacenan aquello que vemos y oimos en nuestro día a día, pudiendo reproducirlo en una pantalla o en la propia cabeza en cualquier momento. La fuerza de la realidad y la pérdida de la intimidad son temas que se ponen sobre la mesa. ¿Dónde está el límite?
¿Acaso no se nos dice ya hoy en día con qué soñar? ¿No se nos dice dónde está el éxito y en qué consiste? ¿Acaso no aceptamos un modo de vida establecido anteriormente y nos sometemos a él sin apenas dudar sobre su conveniencia?
¿Acaso no vemos cada vez un mayor número de cámaras que registran todos nuestros movimientos, aunque estén ahí por seguridad? ¿O no decimos en qué lugares estamos y con qué personas en nuestras redes sociales? ¿Dónde está el límite?

Se abre un enorme abanico de posibilidades narrativas, de caminos por los que conducir estas historias, teniendo que crear un mundo y desarrollarlo en un capítulo, con una evolución completa de los personajes. En realidad estamos hablando de 3 mediometrajes y esta estructura también es inusual en la televisión actual, incluso en el cine. Cada uno de estos 3 capítulos tiene el material y el punto de partida suficiente para ser alargado y extendido a lo largo de varias temporadas de series. Cada uno de ellos podría ser una serie en sí mismo, y durar años. Si se pueden hacer 4 películas de Piratas del Caribe, se podría hacer al menos una con cada una de estas historias. Creo, por tanto, que es una lástima que se tenga que reducir el material a una hora o menos, perdiendo parte de la evolución que se pudiera producir en los personajes y en las sociedades que se han inventado, pudiendo prestar mayor atención y tiempo a los detalles. Es curioso, porque las series suelen padecer el problema opuesto, el aburrimiento y los diálogos de relleno, las tramas interminables que avanzan a paso de tortuga. No sé cuál es el motivo de esta estructura, si es por falta de tiempo en pantalla, por falta de presupuesto, o por honestidad con el espectador, pero hubiera deseado ver más.

Su desarrollo acelerado es un problema porque, en cada paso que se da y en cada trama que se abre en cada capítulo, se anima al espectador a pensar, a descodificar todo aquello que se le presenta, y además, a hacerlo a marchas forzadas, pudiendo empatizar con sus protagonistas, metidos en situaciones extremas. El problema de pedir al espectador que piense es que lo haga y descubra que se podría haber sacado más partido a las situaciones. Es un poco injusto decir esto, lo sé. No se le pide originalidad constante a las películas de Hollywood, ni que nos lleven al extremo en situaciones pocas veces reflejadas por el cine o la televisión. Sin embargo, uno se encuentra con que las historias se podrían haber llevado más lejos, o haberse resuelto de manera más atrevida.

Pese a todo, Black Mirror es una propuesta muy fresca y disfrutable, con personajes creíbles, partiendo de grandes ideas y proporcionando alrededor de una hora de entretenimiento del que hace pensar y se queda en la cabeza.
Por tanto, creo que merece la pena verla y reflexionar sobre aquello que plantea, y dejar que esa reflexión vuelva a nosotros mientras gastamos nuestro tiempo entre redes sociales, o mientras tenemos eternas conversaciones de chat que durarían escasos minutos por teléfono... y que ganarían mucho más en persona, viendo la cara a quien nos habla, descubriendo el lenguaje corporal que acompaña a las palabras.  No obstante, creo que, en algún lugar de todo esto, hay una paradoja insalvable. Al fin y al cabo, la serie que nos alerta sobre los medios también es un medio de comunicación, y se aprovecha de los avances tecnológicos para contarnos los problemas de su uso indiscriminado... y yo lo publico en un blog que transmito por redes sociales para que lo leais vosotros. Somos víctimas y culpables.

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