lunes, 14 de mayo de 2012

Fassbinder... o la enfermedad del cine

He tenido la suerte de encontrar El matrimonio de Maria Braun, gran película del maestro Fassbinder... y me ha sido inevitable repasar su biografía y su filmografía, descubrir al genio detrás de la obra. Es un hombre que hizo más de 40 películas en 13 años, hasta que murió finalmente de sobredosis. Utilizaba la cocaína y las pastillas para dormir como divertimento, adicción y para aumentar su eficiencia. Escribía durante 36 horas seguidas para dormir 12 y volver a empezar. Era despótico en sus rodajes, autoritario, quería controlarlo todo, humillaba a sus actores y a su equipo técnico, yéndose después de fiesta con ellos, drogándose y acostándose con un séquito de alrededor de 30 personas, hombres y mujeres, para levantarse a la mañana siguiente y hacer cine de nuevo. Cine de calidad técnica y dramática a muy bajo coste. 
Afirmaba que todas sus películas trataban de un mismo tema. Más de 40 películas y sentía que todas trataban de un mismo tema, aunque de manera diversa. Eso se podría considerar una enfermedad. Murió joven, románticamente quiero pensar que a causa de ello, de su obsesión por narrar eso que tenía dentro y no podía sacarse de otra forma. Tuvo en 37 años una vida y obra que daría envidia a ancianos hiperactivos por su extensión, con la suerte de no envejecer. Pero padeció la enfermedad del cine... o quizá el cine fue su terapia, su cura de otras enfermedades y sufrimientos, una infancia terrible, problemas personales de todo tipo. Se dice que se comportó muy mal con mucha gente, para imponerse, para estar por encima de ellos. Y por debajo estaba su obra, sensible y humana, fuerte y emotiva, tomando referencias del cine que había visto mientras sus padres no cuidaban de él, mientras no le educaban.
Fue un hijo del cine.
Y como hijo del cine hizo aquello que le había enseñado y le dio la vuelta a su manera. Habló de la represión y el dolor de las relaciones humanas y de los sentimientos, de los problemas que acarrean el amor o el patriotismo, la autosuficiencia o el hecho de luchar por uno mismo y por aquello que se desea. Y lo contó con una gran fuerza y vitalidad, con un simbolismo extenso, con cercanía y gran calidad técnica. En realidad sólo he tenido el gusto y la ocasión de ver esta película, pero he podido disfrutar de pequeños fragmentos y estudios sobre otras, dejándome la misma impresión.
Parece que quiera contarlo todo en cada escena, en cada imagen y en cada plano, con una iluminación, un vestuario y una dirección de arte que toman tanta referencia de lo real como del cine, pero que llegan al espectador cargados de emoción y de sentimiento. Hay algo desesperado en sus personajes y sus acciones que sale de la pantalla hacia el espectador, acorralándole en sus vidas. Es melodrama, quizá, según se interprete qué es melodrama, pero como lo hace también Almodóvar, por ejemplo, como modo de expresión muy personal, desde el planteamiento de un autor que sólo puede hacer cine de autor.
Algunos podrán apreciar las referencias al cine clásico americano, del que parte una gran porción de su imaginario, principalmente de Douglas Sirk. Otros podrán ver la emoción que se desprende de los personajes, de sus miradas, de sus deseos insaciables. Otros podrán reflexionar sobre sus significados, sobre la intención social y humana de sus películas. Otros se escandalizarán con el contenido sexual y moral que se desprende de sus obras, muy liberal para nuestros días, quizá. A lo mejor es muy liberal para casi cualquier cultura y tiempo. Otros las verán encantados precisamente por este mismo motivo. Y algunos otros quedarán hechizados, pegados a la pantalla por todo esto al mismo tiempo.
Hablaría mucho más, hablaría y hablaría hasta perder el sentido, comentaría muchas cosas sobre El matrimonio de María Braun, sobre su planificación, sobre su guión y sus personajes, sobre su iluminación y su puesta en escena en general, sobre la pasión por hacer cine. Sobre la necesidad de hacer y ver cine, hasta lo patológico, sobre la necesidad de los demás y el deseo de ser independiente, de crecer en un entorno hostil... lo haría, de verdad que sí. Pero creo que, paradójicamente, no puedo ni quiero escribir más. Envidio la productividad de Rainer Werner Fassbinder... me asombra, sólo con decir entero su nombre y apellidos ya tardo un tiempo que no recuperaré y él no paraba de hacer cosas. Le envidio y quiero ver cine, escribirlo y hacerlo, quiero vivir mi vida al máximo y empezar ahora, ya voy con retraso respecto a él. Pero al mismo tiempo no quiero seguir escribiendo esta crítica, la dejo aquí para que el lector se apresure a buscar cualquier película de Fassbinder y la vea.
Eso sí... intentaré que mi productividad no se apoye en las drogas ni en el autoritarismo, ni que tenga que humillar a nadie ni ser muy infeliz por el camino. Me parece que no voy muy bien encaminado...

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