martes, 17 de enero de 2012

"The artist": la renuncia al habla

Pido disculpas por la superficialidad evidente en mi anterior entrada. Quiero pensar que ha sido una respuesta a la imagen vendida y transmitida por los responsables de la película y por aquellos a quienes había oído o leído comentarla. Es una película muda y ahí radica su principal interés comercial... y quizá también su éxito internacional. He de reconocer que tengo aversión hacia aquellos que tienen un éxito desmesurado e incomprensible para mí. Mi animadversión hacia el Real Madrid y el Barcelona por igual y mi deseo de verles perder a ambos debe guardar cierta relación, pero esa es otra historia que no debería llenar esta página. Por suerte es virtual y nadie talará árboles por publicar estos comentarios. Volviendo al tema que nos trata, he entrado en la sala deseando secretamente odiar la película. Ni yo mismo lo sabía, pero quería ver esa superficialidad, esa predominancia de la forma sobre el contenido. Escuché a Michel Hazanavicius, el director, guionista, montador y marido de la protagonista, decir que hizo The Artist porque quería hacer una película muda y en blanco y negro, mientras que el contenido de la historia vino después. Pésimo punto de partida, desde mi perspectiva. Aquellos que hicieron cine mudo lo hicieron porque no existía el sonoro, por una limitación técnica, lo mismo se podría decir de aquellos que rodaron únicamente en blanco y negro. Posteriormente han sido recursos utilizados para fortalecer ciertos aspectos expresivos, pero no por capricho o por demostrar virtuosismo o atrevimiento. Me gustaría saber qué pensarían Chaplin, Griffith, Lang o cualquiera de los maestros del cine mudo sobre esta premisa. Quizá se escandalizasen por el poco aprovechamiento de los recursos a su alcance, o podrían disfrutarla tanto como yo... y muchos otros espectadores, por supuesto.
Porque la película funciona como tal, independientemente de su formato o sus elecciones de sonido y color. Funciona pese a su trama, enormemente sencilla y pese al inmovilismo de su protagonista, que recibe la acción desde fuera y no reacciona ante ella. Es un tipo de protagonista poco habitual hoy en día, lejos de esos personajes vitales, confiados y seguros de si mismos a los que Hollywood nos tiene acostumbrados, no lucha por aquello que quiere y desea, por mucho que lo tenga todo a favor y que le den una oportunidad tras otra. Es un personaje impopular y moralmente reprobable en muchos casos. Y ante todas estas supuestas trabas, me he sorprendido encontrando cierta profundidad en la historia que se narra. Porque The Artist nos plantea la decisión entre el hablar y el callar, las dudas inherentes a todo ser humano sobre si merece la pena decir algo y cambiar las cosas. Se le plantea este problema al protagonista en su vida profesional y personal, y decide renunciar al habla. Se le hace insuperable el miedo a hablar y estropear lo que les debemos a los demás o a nosotros mismos, el miedo a ser, a sentir y a expresarse, a exhibirse, a ser vulnerable, enfrentado a la necesidad de hacerlo, presente hasta en sus fantasías de bar, con la copa en la mano. Se impone un silencio que le hace daño, convencido de estar actuando de manera correcta, escondido detrás del orgullo de una estrella del cine mudo. En esta situación desesperada y decadente surgen temas como el amor, las dificultades para asumir la preocupación por aquellas personas que nos importan y la manera de actuar ante ella, la soledad y la amistad, todos estos sentimientos se enfrentan y se muestran a lo largo de la historia, con mayor o menor importancia, pero tratados siempre con gusto y dejando grandes momentos de cine.
Jean Dujardin, que interpreta al protagonista, regala un trabajo increíble e inmenso, con un carisma que rebosa la pantalla y una mirada que hace innecesaria la presencia de ningún diálogo. Quizá su único problema sea que baila regular tirando a mal, al menos a mi parecer, aunque el hecho de que Bérénice Bejo tampoco sea una bailarina brillante hace que esta carencia no sea muy evidente. Dicho esto, Bérénice Bejo también aporta una actuación memorable, haciendo buena la decisión de su marido de darla el papel protagonista, y hablando ya de él, Michel Hazanavicius está espléndido en el uso del sonido, utilizando muy bien el silencio (el de verdad, sin música) para reforzar momentos de gran tensión, al contrario de muchos otros directores, que hubieran subrayado esas situaciones con violines, por ejemplo. Logra grandes imágenes, cargadas de simbolismo y de significado, saca partido a sus personajes secundarios, destacando al perro, muy bien aprovechado, dando el tono cómico a una película con un tono muy grave, por otro lado. Creo, no obstante, que sobran referencias a películas del cine clásico, homenajes que entorpecen un poco la narración y sirven para que algunos eruditos se sientan orgullosos de su cultura cinéfila, sumando quizá algún punto en varias críticas de medios importantes. De todos modos, ésta es sólo una pequeña mota en una gran película que no he sido capaz de odiar, puede que haya visto en ella más cosas de las que verdaderamente hay, pero esa es una de las principales bellezas del cine, independientemente de su color, formato o sonido.

2 comentarios:

  1. Me da miedo leerlo porque tengo muuuchas ganas de verla. Entonces volveré a esta entrada!

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  2. Otra pelicula a la lista de "pendientes de ver" cuando se pueda.

    Besos
    Marisa

    Pd.: Jajajajaja. No era crítica, sólo que no ví la entrada "Trabajada"

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