miércoles, 25 de enero de 2012

Quiéreme en 3D

Seamos superficiales por un momento y hablemos de dinero. Ya sé que valorar el cine, y el arte en general, por su coste, es un gesto de poco estilo. No deja de ser un puñado de números escritos en papel, pero no está de más darle cierta importancia de cuando en cuando, aunque sea porque los demás lo hacen y si lo hacen, será por algo.
El cine es caro, y la situación económica es mala en general. Hay quien diría que estamos en crisis... pero "crisis" significa cambio y no veo yo que nada cambie, las cosas están mal y punto. Pero sí, se podría decir que el cine es caro... o que está caro, al menos para quienes se deciden a pagar por disfrutarlo. Los precios de las entradas y de los productos complementarios, como las palomitas, han continuado subiendo mientras bajaba el número de espectadores. Durante un tiempo se mantienen las ganancias de cines, productores y distribuidores, pero es un mal reclamo para atraer público. Ahí surge el 3D, gran invento de los años 50 que vuelve a intentar engañarnos, una y otra vez, con sus imágenes que casi se pueden tocar. No quiero oponerme de manera directa al progreso, ni a los avances del cine, de verdad, es sólo que no creo que los avances vengan por ahí. Sé que en cuestión de cine, forma y contenido no se pueden separar, que la belleza o la fuerza de una imagen nos harán sentir el contenido mismo de la película... creo que la posición y movimiento de la cámara, el trabajo de los actores, la iluminación o los decorados nos pueden emocionar y hacer reír y llorar con la historia que se cuenta... pero dudo del poder de emoción del 3D... no creo que nadie en su sano juicio defendiese afirmaciones hiperbólicas como la mostrada en el titulo de esta entrada. La magia del cine no consiste en hacerte creer que un camión va a chocar contigo si no te apartas. Pero por lo visto, hay gente en la industria del cine que busca exactamente eso, que queramos a las películas en 3D por el hecho de serlo, quieren que paguemos un suplemento en la entrada para financiar ese extra, que se añade al precio habitual, más el precio de las consumiciones dentro del cine, para quien disfrute del cine con palomitas y refrescos.
El cine es más caro y hay menos espectadores. Se busca la espectacularidad de la imagen para que la gente vaya al cine. No hay 3D en la televisión o el ordenador, hoy por hoy, o no al nivel del cine, ni se ven los efectos especiales con la misma nitidez que en la pantalla grande. ¿Quién pierde en todo esto? Quizá las películas de coste medio, aquellas que no van dirigidas al circuito de festivales y cines de versión original ni son grandes superproducciones con llamativos efectos o estrellas. Así, las grandes productoras mantienen sus ingresos con el extra que se paga por las gafas de 3D mientras eliminan la posible competencia de películas de menor presupuesto. No hay que olvidar que una película realizada en 3D, no reconvertida de mala manera, como suele ser el caso, requiere un gasto mucho mayor, por lo que necesitan muchos más ingresos para tener beneficios. No es el gran chollo que nos quieren hacer creer, pero sirve para atacar a la competencia en una mala época.
Pensándolo bien... ¿Cuánto cuesta el cine? ¿De verdad es tan caro? Si logras ir entre semana, buscar una promoción y llevarte el refresco o una botella de agua desde casa, una sesión de cine y muchas palomitas te salen por un entretenimiento de menos de 10 euros ocupando alrededor de 2 horas. Si consideras las palomitas como comida o cena, es más barato que la mayoría de restaurantes, aunque quizá no muy sano. Es interesante que su consumo en las salas se popularizase en la Gran Depresión americana, debido a que eran baratas, igual que lo era el cine, eran el entretenimiento y la comida más barata que se podían permitir. Es curioso que hoy en día, de nuevo en un mal momento económico, tengamos el problema de que ambos, cine y palomitas, sean caros... o al menos estén al mismo nivel que otros entretenimientos. Quizá ya no tenga sentido lógico comerse unas palomitas que suelen ser de baja calidad, haciendo muchísimo ruido, perjudicando nuestra salud y ensuciando el cine, pero es una tradición. ¿Y quién no piensa en ir al cine cuando huele palomitas, esté donde esté?
Lamentablemente, el cine sí está en crisis, en una evolución hacia un lugar dudoso de difícil salida. En España, por ejemplo, quizá se eliminen gran parte de las ayudas y subvenciones, con los recortes, terminando por empobrecer la producción. Y el resto del mundo no es mucho más esperanzador, los grandes estudios optan por películas efervescentes, de grandes efectos y estrellas, rápidas de escribir y realizar, con tramas sencillas que cualquiera pueda conocer y apreciar, generando un gran éxito instantáneo que se disuelve con rapidez. Por contra, yo opino que habría que optar por abaratar los costes, trabajar más en cada película, preocuparse por la calidad de la escritura y la realización, aunque requieran algo más de tiempo, dar mayor importancia a la creatividad, a las ideas... aunque quizá no sea eso lo que queramos los espectadores. Puede que los grandes estudios tengan razón, y queramos lo que nos ofrecen, esas películas efervescentes, esas cadenas de secuelas interminables, ver a nuestros actores favoritos hacer ese mismo personaje que tanto nos gusta, esas historias que se repiten una y otra vez sin aportar nada nuevo, quizá queramos ver lo que ya hemos visto y no sorprendernos. Ya no sé qué pensar.
Esta entrada ha terminado siendo la cara B de la anterior. No me ha gustado escribirla, ha sido triste, dolorosa, negativa y fea, pero quizá evidente y necesaria, algo que estaba dentro de mí y tenía que terminar saliendo. Recordadme que no vuelva a hablar de dinero.

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