lunes, 13 de febrero de 2012

"Caballo de batalla": una épica hípica.

Spielberg. El gran Steven Spielberg.
Spielberg era el ídolo del protagonista de Dawson crece y de casi cualquier niño que soñase con ser director de cine, era el director de mayor prestigio de los años 80 y 90, hizo películas que prácticamente todo el mundo ha visto y admirado, como Tiburón, E.T., La lista de Schlinder, Parque Jurásico, las tres primeras películas de Indiana Jones, etc. Sus películas eran el claro exponente del mensaje que Hollywood mandaba al mundo, la importancia de la familia, el patriotismo, la igualdad de razas y los grandes ideales. Tenía Hollywood a sus pies.
Y hoy en día nos trae Caballo de batalla, una adaptación de una obra de Broadway, que a su vez adaptó un libro. Adaptación que lleva a cabo Richard Curtis, un nombre que no suena tanto, pero cuya obra también está en las cabezas de todos. Guionista de Cuatro bodas y un funeral, creador de mister Bean, escribió las películas de Bridget Jones, Notting Hill y dirigió y escribió Love Actually. Prácticamente todo lo que toca se convierte en éxito de público, si bien su prestigio y calidad se ponen más en duda.
De la música se encarga un colaborador habitual de Spielberg, el rey del tarareo, si se me permite la expresión, pero ¿quién no ha tarareado nunca la banda sonora de Indiana Jones, La Guerra de las Galaxias, Parque Jurásico o incluso de Harry Potter?
Dicho esto, Caballo de batalla no engaña. Es Spielberg en estado puro, tan sólo faltan alienígenas. Emoción, melodrama, espectáculo, todo llevado al máximo. Es cine a la antigua usanza, alejado de cualquier vínculo con la realidad, que, por otro lado, nadie espera de él. Es un hombre capaz de convertir en heroicidad el esfuerzo de un chico joven por conseguir arar un campo con un pura sangre, y que, además, resulte entretenido. Hace cine como en los buenos viejos tiempos. El problema es que vivimos hoy, y esta película ha envejecido mal antes de ser estrenada. Supongo que hay un motivo para que ya no se haga cine así... no sé si será el cansancio de las antiguas fórmulas, o que ahora se buscan otras cosas, pero ahora se ven las costuras, se ve cómo trata de enganchar al espectador y qué quiere hacerle sentir en cada momento, las frases que deberían ser célebres y están pensadas para ello resultan excesivas y obvias. Puede que no sean tiempos de brillos y heroismos, que no sean tiempos de personajes puros y planos, de historias sencillas de elevados sentimientos. Tuvieron su momento, pero ahora ya no encajan igual. Claro que uno puede dejarse llevar por la historia, por su mundo idealizado, yo lo he hecho en la sala, pero exige el esfuerzo de la predisposición.
Si el personaje más complejo es el caballo Joey y la película dura 146 minutos, es difícil mantener ese nivel de intensidad emocional, o de implicación por parte del espectador, por muchos personajes secundarios de interés que vayan apareciendo por la pantalla. Es una película episódica y no puede evitar, quizá por ello, tener un ritmo irregular. Hay momentos que tienden al aburrimiento y permiten que el espectador se evada en sus propios pensamientos. Ese puede ser un problema, ya que las imágenes y los diálogos grandilocuentes pueden resultar ridículos si no se está dentro de la película.
Caballo de batalla es un prodigio técnico: su sonido, su calidad de imagen, sus vestuarios y decorados son todos de primer nivel. Es interesante reseñar que, con la lógica excepción de los vistosos paisajes de Francia e Inglaterra, todo se ve artificial, especialmente la iluminación, tremendamente expresiva. El anochecer con el que termina la película, referencia directa de Lo que el viento se llevó, otro famoso melodrama, tiñe prácticamente la totalidad de la imagen de rojo. Es cierto que esa artificiosidad es buscada y pretendida, quizá herencia de los decorados teatrales de los que procede, y seguro herencia del Spielberg con más intención de epatar, de sorprendernos con un mundo distinto, más grande que la vida. Y ésta es una virtud, en sus manos, no un defecto. El problema de Caballo de batalla viene por otros lados.
Es llamativo cuánto nos obliga Spielberg a sacar sus mismas conclusiones, a pensar lo mismo que él. ¿Quiere la gente pensar en el cine? Se suele decir que se va al cine a entretenerse, a sacar la mente de los problemas del día a día, no a reflexionar sobre cosas profundas. Me pregunto si esas mismas personas realmente piensan en su día a día, o si tratan también de evitarlo en medida de lo posible, quedándose en la comodidad de aquello que saben hacer y aquello que tienen que hacer. No sé quien dijo que el hombre tenía la necesidad de saber, de descubrir y conocer. Quizá esa necesidad la pierdan algunas personas según cumplen los años, quizá quemen su curiosidad al tirar un juguete al suelo para descubrir que, efectivamente, cae, que existe la gravedad y puede hacerte daño en un pie o romper tu juguete más preciado, si se da la circunstancia. Puede que sea ese miedo a hacerse daño al descubrir cosas lo que nos incomode del hecho de pensar. Spielberg nos ayuda en eso, nos lo da todo hecho y masticado con este cine de pequeños héroes involuntarios en el momento y lugar equivocados. En ese sentido, Caballo de batalla se puede considerar hermana menor de Salvar al soldado Ryan, película aún más grandilocuente que ésta, con unas escenas bélicas espectaculares, especialmente el desembarco de Normandía, inigualable escena, sobrecogedora; pero también es una obra todavía más sensacionalista que Caballo de batalla, más forzada e irreal en sus personajes, más cargada de clichés y moralina fácil, cine patriótico, heroico y familiar, con un final excesivo y forzado. Caballo de batalla no llega a esos extremos, ni creo que tenga intención de ello. Como dije al principio, Caballo de batalla no engaña.
Supongo que, aunque he disfrutado de muchas de sus películas, se puede entrever que Spielberg no es mi director favorito, espero que eso no haya afectado a mi valoración de esta película. Tan sólo quiero constatar aquello que se puede esperar de esta película y aquello que no. Es un gran espectáculo. Eso es innegable. Lástima que no sea más sutil.

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